lunes, 9 de abril de 2018

Cinco miradas al arte urbano en Colombia


Algunos no se reconocen como artistas; varios lo hacen pero eligen el anonimato, y otros tantos pintan para exponer en galerías. El arte callejero no solo tiene una mirada, y varios de sus exponentes en Colombia conversaron con Diners para explicarlo.
El origen del grafiti es ilegal, y aun así ha llegado a las galerías de arte (¿convirtiéndose en legal?); puede leerse como un símbolo de contracultura, por sus cualidades irreverentes, transgresoras y que se oponen a lo establecido, pero a la vez hay cuadernos, stickers, moda con estilo grafiti, y el mismo artista que estampa su firma ilegalmente en un edificio, también la dibuja en la parte inferior de un contrato con el Estado (¿convirtiéndose en parte de la cultura?).
Desde la orilla que se mire, la discusión pasará por los mismos debates que comenzaron después de las protestas de mayo del 68 en París, que continuaron en los setenta y remataron con las regulaciones antigrafiti de Nueva York durante la década de 1980. ¿Arte o vandalismo? Si el espacio público es de todos, ¿por qué no puede usarse para pintar?
El arte urbano que llegó a Latinoamérica y especialmente a Colombia en los años ochenta a través del grafiti, comenzó siendo un medio de expresión con importante crítica social, anónimo, mordaz, y funcionó como un mecanismo contestatario frente al establecimiento.
En la actualidad, Bogotá es la ciudad de Colombia con mayor movimiento de artistas urbanos. El año pasado, Bombing Scene, blog especializado en street art, la ubicó en el séptimo lugar entre las mejores 99 ciudades para hacer grafiti en el mundo; además, el diario inglés The Guardian publicó una galería fotográfica con la selección de algunos murales de Bogotá, que calificó como “La meca de artistas callejeros”.
Diners conversó con cinco de ellos, que más allá de ser colombianos y recorrer distintos países pintando, no tienen mucho en común: cada uno representa y brinda una visión distinta del arte urbano en el país.
STINKFISH
“Todo muro es ideal para hacer grafiti”, sentencia desde el interior de un café, Stinkfish, de 37 años, hijo de antropólogos y defensor del grafiti puro, el que raya con lo ilegal. “Nos quieren hacer creer que es bueno hacerlo solo en ciertos espacios, que mientras se haga ahí, está bien, cuando es todo lo contrario. Acá mismo podría pintar, subirme en una silla y escribir mi nombre”, puntualiza.
En sus palabras, una imagen es grafiti solo si cumple con tres reglas: independencia, ilegalidad y anonimato. Sobre la primera dice que aunque suene bonito que el Estado brinde recursos y espacios para pintar, al final significa: “Los controlamos, pintan donde queremos y lo que queremos. No lo juzgo porque venimos de una profesión donde no hay remuneración fija, no hay sueldo. Mi posición no es decir qué no se debe hacer, es más pensar qué se debe
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